La III Revolución Industrial

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El pasado martes la Comisión Europea decidió imponer tasas a la importación de paneles solares chinos (ahora, un 11,8%; desde el 6 de agosto, el 47,6%), para combatir su dumping. De inmediato, China reacciona, mira qué le está comprando a Europa e inicia un procedimiento de represalia... contra el vino. «¡Guerra comercial!», se estremecen los pilares del mercado mundial. Pero la imagen es un retrato terrible: la gran potencia industrial que intenta destruir a competidores más débiles, vendiendo tecnología por debajo de sus costes, frente a una declinante potencia... agrícola.

Esta semana se han reunido en Madrid ingenieros de toda Europa, agrupados en la plataforma Euro-CASE, para lanzar una voz de alarma y debatir algo así como un manifiesto sobre la perentoria necesidad de reindustrializar el Continente.

Todavía la vieja capacidad manufacturera del sector industrial proporciona a la Unión Europea cuatro quintas partes de sus exportaciones. Pero en 2007, antes de la crisis, la aportación al PIB de la UE era el 17,1% y desde entonces ha decaído un 10%. Lo que, traducido en puestos de trabajo, significa que la industria europea ha producido tres millones de parados, de los 22 millones de empleos que tenía hace seis años.

¿La crisis? Algo tiene que ver. Pero los libros de historia contarán cómo las economías occidentales se suicidaron en el cambio de milenio en aras del libre comercio y de innombrables egoísmos y avaricias.

Legisladores y grandes corporaciones han creado un ecosistema globalizado, cuyos efectos a largo plazo, bajo la etiqueta «deslocalización», son aterradores. Mano de obra barata oriental para las empresas, y todos encantados, mientras el dinero chorreaba por todas partes, con ese atracón de bienes y caprichos a precios tirados. Pero ya no son aquellos cuatro tigres asiáticos (Hong Kong, Singapur, Taiwán y Corea) cuya productividad revolucionó la producción industrial en los 90. Ahora es China, con creciente capacidad de desarrollo propio.

Primero, la deslocalización se limita a aprovecharse de los salarios bajos, pero luego se crea un tejido industrial competidor, que empieza a crecer por sí mismo, y después se erosiona la capacidad propia de innovación tecnológica. Se entrega todo.

Me contaba un directivo de compañía tecnológica que China es un chollo: «Llevas un proyecto, los diseños y patentes y ellos te ponen todo lo demás: fábricas con alto nivel tecnológico, empleados bien preparados y todos los ingenieros que necesites para desarrollarlo». Olvidemos el mito de los copiadores y la ingeniería inversa: los hombres clave en primera línea de los procesos de producción ahora son suyos.

Los ingenieros europeos dicen que hay que agarrarse ya a «la Tercera Revolución Industrial» (título que tomó Jeremy Rifkin para La economía del hidrógeno). En Madrid han trabajado sobre una ponencia elaborada por José Manuel Sanjurjo, de la Real Academia de Ingeniería (RAI), que identifica esa Revolución en «enfocar la futura economía en la producción de componentes y productos de alto valor añadido y sus servicios relacionados».

«Las innovaciones en robótica, inteligencia sintética, impresión en 3D, nuevos materiales y nanotecnología revolucionarán los centros de producción que hoy conocemos y cambiarán la actual organización del trabajo», escribe Sanjurjo. Lo que pide la ingeniería a la UE es que actúe y coordine activamente sus capacidades en materia energética (clave para la industria) y en los ámbitos de biotecnología, genética, microinformática, robots, nuevos materiales y metodologías de ingeniería de sistemas.

Los paneles solares son algo más que una anécdota. El libre comercio mundial es profundamente injusto y peligroso. China utiliza su peculiar estatus como país de economía planificada y capitalismo controlado, para conquistar territorios económicos, aunque sea vendiendo a pérdida. ¿Y cuando sus salarios dejen de ser tan bajos, como ya empieza a pasar en Foxconn, el gran fabricante de Apple? Pues las manufacturas de bajo nivel migrarán a países más baratos (Vietnam, Camboya, Bangladesh...) y la producción de más nivel quedará para sus nuevas factorías altamente robotizadas.

Con todo respeto, y un futuro de dos trabajadores por cada pensionista en la envejecida Europa, más vale que nos adelantemos. Pregunten a los ingenieros cómo ponemos nosotros esas fábricas robóticas.

Twitter: @juliomiravalls